Diego Rivera
Ciudad de México vio morir el 24 de noviembre de 1957 a Diego Rivera considerado el portavoz de los oprimidos y de los indígenas, y también gran ilustrador de la historia de México.
Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez, más conocido como Diego Rivera, está considerado el máximo representante de la Escuela Mural Mexicana. Murió en su casa, situada al sur de la Ciudad de México, tras no superar una insuficiencia cardíaca.
La desaparición de Diego Rivera supone una pérdida importante en la historia de las artes figurativas de este continente. Rivera muere en los momentos en que transponía la setentena en la activa tarea de una naturaleza exuberante ajena, al parecer, al decurso de los años.
Su influjo fue decisivo en la corriente del nativismo americano. Es seguido por muchos artistas jóvenes de su patria y por no pocos de otros países americanos. Otros grupos se opusieron a sus en enseñanzas y puede decirse que el nombre del pintor centra por diversos motivos -estéticos unos; políticos, otros- una singular polémica.
Es uno de sus signos. Acaso el signo que mejor lo define: la controversia. El va haciendo su obra con evidente seriedad entregado a un quehacer que parece solicitar, por sus proporciones, fuerza de titán. Y mientras esa obra va naciendo, a su alrededor ruge la tormenta. A veces, Diego desciende del andamio y se mezcla a la guerrilla o lleva en ésta el papel principal, y vuelve en seguida a la forja de un mundo épico que se mueve en los frescos.
Otro hecho que se da en él, en forma más ostensible, es la impregnación mutua de la vida y de la obra. En pocos artistas se hermanan tan estrechamente el arte y la actividad diaria a Ia que refluyen todos los acaecimientos, todos los fenómenos, todos los cotidianos que, a su vez, pasan a insertarse en el tema al cual llevan el clima hirsuto de las luchas políticas.
Acaso habrá quien piense que su obra se resintió del choque con elemento ajenos a la estética misma. Sin embargo, no podríamos eludir algo que es decisivo para perfilar la pintura riveriana con rasgos definidos.
Nacido el 8 de diciembre de 1886 en la ciudad de Guanajuato, además de perder a su hermano gemelo un año y medio después de su nacimiento, Diego Rivera sufrió de raquitismo en su niñez, por lo que su constitución física era muy débil. A pesar de que su padre quiso que ingresara en el Colegio Militar, Diego empezó a asistir a clases nocturnas en la Academia de San Carlos, donde sus maestros fueron el célebre paisajista José María Velasco, Rebull, un pintor español de excelente dominio del oficio.
El mismo año de su ingreso en la Academia, es decir, 1896, Rivera descubre al primero de los maestros que iban a señalar el camino de su destino: José Guadalupe Posadas, grabador singular que fue recogiendo en sus estampas la compleja vida del México porfiriano. Tenía una imprenta en la cual editaba en papeles modestísimos y multicolores sus grabados hechos directamente sobre planchas metálicas. Los charlatanes, los cantores de mercados, los recitadores ambulantes difundían con la venta de tales pliegos las noticias y los hechos importantes. Posada hacía así el periodismo que convenía a una clientela que no sabiendo leer se enteraba por los grabados y por el complemento de la recitación, generalmente corridos.
Este fue el maestro admirado por Rivera en aquellos años cuando descubrió los pliegos de cordel en la vitrina de la imprenta cercana a la Academia.
En 1902 es expulsado del centro en que se formaba. Realiza su primera muestra en 1907. Esa expulsión por haber tomado parte en un motín estudiantil fue favorable a su pintura. Rivera, lejos de considerarse ya un artista formado, empleó los cinco años que van de la salid de la Academia a esa primera exhibición de su pueblo.
Pero era pronto aún para hallar el estilo definitivo. Le quedan otras experiencias. En 1907 gracias a una subvención del Estado de Veracruz. Entra en la Academia de San Fernando el joven pudiendo viajar a España donde se familiarizó con la obra de Goya, El Greco y Breughel, e ingresó en el taller del paisajista más famoso del Madrid de aquel momento: Eduardo Chicharro. En alguna obra de este tiempo es evidente la huella de Zuloaga ( Retrato de un español, Madrid 1912). Pero la permanencia de Rivera en España le es sobre todo decisiva en la contemplación de los grandes maestros del seiscientos: Zurbarán, Ribera, Velázquez. El mismo ha confesado el efecto que le produjo la arquitectura peninsular. En esos años tuvo contacto con el inquieto anarquismo ibérico. En 1909 es un año de intensa actividad. Rivera viaja a París, donde se reunió con algunos de sus amigos artistas: el pintor italiano Amadeo Modigliani -quien pinto su retrato en 1914- y el escritor y periodista soviético Ilya Ehrenburg. Posteriormente a Londres. En la capital francesa exhibe sus obras. En Londres conoce la pintura de Turner. En 1910 regresa breve tiempo a México en donde realiza una exposición. Vuelve a París y allí reside hasta 1921. 1920 ha señalado una de las experiencias decisivas y fundamentales para la dirección que tomará en seguida el arte del pintor.
Rivera recorrió Italia, donde estudió el arte renacentista y sintió gran admiración por los maestros del Quattrocentro, en especial por la obra de Giotto. Comprendió la clase de pintura que de un modo más directo golpearía la sensibilidad de las masas.
De regreso a México en 1921, e identificado con los ideales revolucionarios mexicanos, Rivera emprendió un gran proyecto: pintar la historia de su pueblo desde la época precolombina hasta la revolución. El abogado, político, escritor, educador, funcionario público y filósofo, José Vasconcelos patrocinó, tras convertirse el Ministro de Educación, un programa muralística mexicano. Rivera se adscribe en seguida al Sindicato Revolucionario de Trabajadores Técnicos, Pintores y Escultores, y empieza sus primeros murales ( Escuela Nacional Preparatoria, 1921-1922)
Desde 1922 hasta su muerte, la vida del artista será un camino contradictorio, agitado, y con peleas. Rivera realizó su primera creación mural importante para el Auditorio Bolívar a la que tituló La Creación. En este mural, el pintor quiso plasmar la idea de la creación de los mexicanos y en él se observa a un hombre surgiendo del árbol de la vida. Como anécdota, mientras pintaba esta obra, denostada por los estudiantes de derechas, para protegerse Diego Rivera iba armado con una pistola.
La madurez artística de Diego Rivera llegó entre los años 1923 y 1928, cuando pintó los frescos de la Secretaría de Educación Pública, en Ciudad de México, y los de la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo. El protagonista absoluto de estos frescos es el pueblo mexicano representado en sus trabajos y en sus fiestas. La intención de Rivera fue reflejar la vida cotidiana tal como él la veía y para ello la dividió en dos grandes temas: el trabajo y el ocio.
En 1926, Diego Rivera entró a formar parte de la sociedad ocultista estadounidense AMORC ( Antigua Orden Mística Rosa Crucis). Ese mismo año fundó en Ciudad de México una logia de esta entidad a la que llamó Gran Logia Quetzalcóatl, donde pintó una imagen de esta antigua divinidad azteca, la serpiente emplumada. Rivera decía que desde esta organización ocultista podía expandir las ideas comunistas a Estados Unidos. También afirmó que la organización era: Esencialmente materialista, en la medida en que sólo admite diferentes estados de energía y materia, y se basa en el antiguo conocimiento oculto egipcio de Amenhotep IV y Nefertiti“
En 1927 había sido enviado como delegado del Partido Comunista a Moscú. Más tarde abandonaría el partido aliándose a Trotsky, que residía en México, como se sabe. Al final de su vida Rivera retornó al lado de sus viejos camaradas.
Los frescos pintados en México constituyen lo más importante de su obra, especialmente los de la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo (1923- 1927), Palacio Nacional (1929-1947) esta su gran obra, y en ella Rivera ilustra la historia de México desde época precolombina. Los murales ocupan las tres paredes que se encuentran frente a la escalinata principal del edificio. Mientras que la pared central abarca el período que va desde la conquista española de México en 1519 hasta la Revolución, en el de la derecha el artista describe una visión nostálgica e idealizada del mundo precolombino, y en el de la izquierda plasma la visión de un México moderno y próspero, Palacio de Cortés, Cuernavaca (1937), Secretaria de Salubridad (1928). Siqueiros afirma que la perfección suma la logra Rivera en los frescos de los Estados Unidos.
Pero donde verdaderamente Diego Rivera creó una imagen visual de la identidad mexicana moderna fue en los frescos que, a partir de 1929 (año en que fue expulsado del partido comunista por presentar ciertas discrepancias). Fue nombrado director de la Escuela de Bellas Artes, cargo del que es despojado en seguida casi en forma semejante a como salió de esa misma escuela en 1902 cuando era estudiante.
Sería imposible resumir en una breve reseña la serie de acontecimientos y sucesos de mayor y menor importancia que ilustran la vida agitada de Diego Rivera. En mayo de 1953 fue a Chile. Quienes frecuentaron al pintor em aquellos días saben qué punto su naturaleza tumultuosa, sus desbordamientos, sus hervores, estaban a tono con el agitado multitudinarismo de una obra condicionada por su estilo peculiar de vida.
Entre 1930 y 1934, Rivera estableció su residencia en Estados Unidos, donde pintó obras para el Instituto de Arte de Detroit y un gran mural para el Rockefeller Centre de Nueva York, al que intituló El hombre en la encrucijada. En esta obra, el artista mexicano incluyó la figura de Lenin en un lugar destacado, lo que le valió una vehemente crítica por parte de la prensa norteamericana. Ante la negativa de Rivera de suprimir la figura del líder soviético, la obra acabo siendo destruida. Con algunas modificaciones, Rivera realizó otra pintura a la que llamó El hombre controlador del universo para el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México.
La actividad creativa de Rivera era incesante, y en 1947 pintó otro mural que provocó un gran revuelo. Titulado Sueño de una tarde dominical en la alameda central, el artista retrató un paseo imaginario en el que coinciden personajes destacados de la historia mexicana, desde el período colonial hasta la revolución. En ese mural aparece el escritor ateo del siglo XIX, Ignacio Ramírez, el Nigromante, hecho que provocó virulentas reacciones entre los sectores religiosos del país.
A su muerte, las cenizas de Diego Rivera fueron enterradas en la Rotonda de los Hombres Ilustres de Ciudad de ¨México.
Diego Rivera ha sido considerado el artista portavoz de los oprimidos, de los indígenas y también el gran ilustrador de la historia de México, convirtiendo sus obras en el símbolo de una nación. El pintor mexicano legó a su país sus obras y colecciones; donó al pueblo un edificio construido por él, la Casa- Museo Anahuacalli, donde se conservan sus colecciones de arte precolombino, y su casa en Ciudad de México fue convertida en el Museo estudio Diego Rivera, que alberga obras y dibujos del artista, así como su colección de arte popular..
Las pinturas de Diego Rivera han tenido y tienen gran difusión. No están encerradas en museos y galerías inasequibles o esquivas a quienes no van deliberadamente a estos lugares.
En la etapa más importante ha preferido el fresco o cualquier otra técnica. Estos frescos se hallan en lugares muy frecuentados: vestíbulos, galerías, escalinatas, anfiteatros, salas de conferencia, claustros, patios de edificios oficiales, centros docentes, hoteles, etc., a donde acude un público muy diverso no siempre atraído por las obras mismas, sino por otras variadas razones.
La acción es así más lenta, pero a la larga más eficaz. Era lo que quería el pintor. Hacer de modo tal que sus ideas revolucionarias plasmadas en los muros se impusieran paulatinamente a todos.
Rivera ha sido muy discutido en los últimos años. Un gran sector de pintores, críticos y especialistas en la historia del arte destituyen su obra de toda condición valiosa y estiman que se ha producido una especia de psicosis, una exaltación apoyada en razones extra-pictóricas, en motivaciones de ideología. Se ha podido asistir a ciertos cambios violentos en la estimativa y validez, según los cambios volubles del pintor. No, por cierto mutaciones en el domino estético, sino en el político.
Lo que nadie puede negar al gran fresquista es su fabulosa capacidad de trabajo, su facundia, su poderosa inspiración cuando trabaja libre de prejuicios y se entrega a un tema que coincide con su sensibilidad.
A Diego Rivera se le conoce casi exclusivamente por la larga etapa final, siendo ella la que constituye la base de su nombradía. En estas obras al fresco se explaya la facundia del maestro, luce su espíritu comprometido en las luchas sociales y triunfa su poderosa capacidad compositora.
Tales obras han constituido el motivo principal de la querella entre partidarios y enemigos. Estos han considerado las grandes composiciones murales como simples ilustraciones desposeídas de virtudes plásticas, carentes de valor pictórico. Aquéllos han visto en ellas la representación egregia de la historia de un pueblo y de las luchas del hombre por su emancipación.
Se les ha considerado- a la vez- ejemplo ilustre de una comunidad humana, su retrato mejor y más exacto, no sólo en lo externo, sino en esa realidad inasequible y sutil que es a veces la psicología social. Las multitudes turbulentas de los murales de Rivera constituirán, según se ha dicho en todos los tonos, la fijación gráfica del Mexicanismo.
Se trata sólo una verdad a medias. Sin duda Diego Rivera ha vestido a sus personajes con el indumento peculiar de su pueblo y los ha situado en paisajes que pueden ser los paisajes de la tierra azteca. De mexicanos tienen lo exterior. Es difícil afirmar la existencia de nacionalidades plásticas si nos atenemos exclusivamente a lo puramente región geográfica, ni hacer que tal estilo de pulcro perfilamiento caracterice a un país. A lo más que puede llegarse es a una imperceptible, tenuísima, relación entre la expresión artística y el pueblo que la hace.
En Diego Rivera el mexicanismo es primeramente externo. Rivera relata en lo cortical unos hechos y substituye la pluma por el pincel. Ello, no obstante sin negar los trozos maravilloso de pintura que subrepticiamente se introducen en ese designio descriptivo.
Este arte es valioso pero no original, como se ha pretendido. Las huellas de influjos magistrales no están ocultos en sus obras.
De donde llegamos a la conclusión de que el arte del pintor es así la suma de dos factores lejanos, de dos visiones primitivas. Muchos críticos- en especial- mexicanos por no verse obligados a reconocer esa dependencia y reflejos de otros tiempo en la obra de Rivera, le desestiman viendo en sus frescos una expresión demasiado objetiva y superficial, sin pensar que la relación con aquellos maestros legendarios, confesada por el propio artista, le da jerarquía y la ennoblece y - sobre todo- la justifica.
En cuanto a las implicaciones políticas, cuando transcurra el tiempo y esos hechos queden lejos ya sin memoria posible en las gentes, no serán nada en la pintura y ésta se salvará sólo por sus supuestos pláticas. Entonces se verá que con sus caídas, con sus desmayos, con sus truculencias, la obra de Diego Rivera poseía bastante carga de factores positivos que le permitieron subsistir.
Nely L. Friedrich
2- abril-2024
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